El matrimonio de Sergio y Nataly en Chía, Cundinamarca

Mensajes de Whatsapp iban y venían. Y llegó la hora. Llegaron mis suegros. Y salimos mis papás, mis suegros y yo, mientras mis hermanos esperaban que arreglaran a mis sobrinas (las pajecitas) e iban a recoger al novio. Subimos a La Calera, con bastante tiempo, ya que no queríamos sufrir el acostumbrado trancón de los sábados en Bogotá, lo bueno fue que parecía un día sin carro, cero trancón y todo seguía siendo tranquilidad, paz y amor. En el camino, moría de hambre (todo menos dejar de comer), así que paramos en carretera y comimos suave pero delicioso, por fin llegamos a la hacienda, todo era mágico. Me sentía en el cuento de hadas que tanto había soñado cuando leía los libros de niñas. Recorrí cada espacio del salón y verifiqué que todo estuviera en orden, dando un check a los últimos detalles. En ese momento llegó el fotógrafo (espectaculares seres humanos, él y su esposa, permitieron que se registraran los momentos más especiales de forma natural y perfectamente espectacular), quienes me pidieron organizarme para la sesión de fotos. Eso fue como un abrir y cerrar de ojos, entramos a la suite de novia, brindamos con champaña y ya estaba sentada mientras me hacían los últimos retoques. Me vestía y llegaba el maestro de ceremonia a darme indicaciones. El momento había llegado. Desde mi ventana, se veían los invitados, guapas y guapos como me los había imaginado, puntuales como les había pedido y ansiosos como todos en ese momento. ¡Ah! Olvidé contar que el tutú del vestido se quedó en casa y mis hermanos tuvieron que regresar a Bogotá en par de segundos (todo fue perfecto y de tiempo, extrañamente... íbamos al pelo) luego, salimos a las fotos familiares en una sala hermosa, mientras los invitados iban a la capilla y el novio empezaba a contar los segundos. Se llegó la hora, todos se habían ido.

Quedábamos mi papá y yo, como siempre lo soñé, como 13 años atrás en mis 15. Yo de su brazo, sonriendo ambos, llenos de sentimientos. Recorriendo la hacienda, con temor a dar un paso en falso y la expectativa de todos en la capilla. En la puerta: el sacerdote, mis suegros, los padrinos y mi hermosa mami y el guapo novio. Adelante mío tres hermosas princesas, nerviosas como yo. Y atrás mi caballero, mi ejemplo... o sea mi padre y yo. Orgullosos nos entregan nuestros padres con palabras que inflan mi corazón.

Y empieza la Marcha Nupcial de un hermoso violín. Miro de lado a lado y veo las personas que quiero ver este día. Veo amor. Veo a nuestras familias. Bueno, de la ceremonia, ¿qué les puedo decir? que fue y será la mas recordada por los invitados.

Con un toque de personalidad al sermón, fue sencillamente espectacular. Como todo en este día: maravilloso. Salimos, saludamos a todos, tomamos fotos, bailamos, reimos. Al son de nuestra espectacular cerveza artesanal Polina. Cada detalle hizo de este momento, un momento especial, único e irrepetible para nuestras vidas. ¡Que viva el amor!